De un tiempo a esta parte, todo son slogans con el inicio del “keep
calm...”. Que si catalanes, que si
menorquines, que si españoles, que si de la Tierra , que si tal o cual. Keep Calma and Carry On, o lo que es lo
mismo, “mantén la calma y continúa trabajando”, así animaban los británicos a resistir
los intentos de los nazis de atacar el Reino Unido. Mantén la calma y sé tu mismo, viene a decir
el título del escrito de hoy.
Sin duda, nuestra Diada, nuestra fiesta común de todos los menorquines,
tiene que coincidir en algo. En algo
propio, que sea de todos y de nadie en particular. Y que nos diferencie de los otros. De los catalanes, y de los mallorquines, y
del resto del mundo si se quiere. Y nuestras
tradiciones así nos lo indican.
Nuestra cultura reciente viene de la mano de los catalanes, de “bona
gent catalana” como diría el escribidor de los vencedores. Y la historia, todos lo sabemos, la han
escrito siempre los ganadores. Catalanes
y del Reino de Aragón, añadirán otros. ¿Acaso no ha perdurado con el tiempo la
terminología de Reino de Aragón y Principado de Cataluña?.
Pero la cultura no es sólo el habla, mal les pese a algunos. La cultura es mucho más. Es la tradición, las costumbres, el carácter,
las formas y porque no, todos los cambios habidos en nuestros hábitos, nuestro
comercio, nuestra industria, nuestra
idiosincrasia. Incluso las
herencias que dejaron nuestros invasores lejanos y próximos.
Y la cultura no hace daño. Ni
deben de hacernos daño en nombre de ella.
Ni debemos nosotros hacer banderín de guerra alguna.
Somos menorquines y nos sentimos menorquines. Unos, de una forma. Otros, de otra. Pero ambos, nos añoramos cuando salimos de
nuestra isla, nuestra “roqueta estimada”.
Y mantendremos la calma y seremos nosotros mismos. Seremos menorquines en la isla de la calma,
en aquella isla blanca y azul que leíamos en los folletos turísticos de los
años sesenta y setenta.
Ser nosotros mismos figurará en
cualquier manual que encontremos en algún taller de reparación de almas y de
espíritus doloridos. Guardar calma lo
llevaremos escrito en sal cuando la brisa del norte nos golpe la frente, cada
vez que llamados por la tramontana nos dirigiremos a la costa para ver como las
olas golpean aquel peñasco que nosotros le llamamos “roqueta”.
Y aún sintiéndonos diferentes cada uno de nosotros, cada pueblo, cada
cala, cada soplo de viento que nos atiza, Menorca nos une. Y nos une de forma natural, de por sí, de
nacimiento. No hemos necesitado ni leyes
ni televisiones para unirnos. Sólo un
trozo de tierra y los impedimentos tanto naturales como humanos. Rodeados por agua. Rodeados por la
insolidaridad de los restantes pueblos del suelo patrio. Rodeados por un interesado propósito de hacer de nuestra insularidad una prisión
dorada. Sin rejas, pero con un foso que
nos separa de los demás.
O nos previene. Y en prevengan
estamos. Oteamos el horizonte y
observamos las montañas de la isla que
se dice hermana. Pero la distancia nos
separa. La distancia, nos protege.
Seguimos siendo Menorca. Aquella
Menorca, que ante todo, es nuestra.
Nuestra y de nadie más. Con
acento, y sin acento. Mas, claro. Agua.
Y de agua, mucha. Salada.
Como el artículo, vamos.
PUBLICADO EL 20 ENERO 2013, EN EL DIARIO MENORCA.