El lunes todos los
saludos acababan con el suspiro hacia la vida normal. Parecíamos deseosos de dar carpetazo a
aquellas fechas, no por indeseadas, sino por alargadas. Demasiado, tal vez. Ya no sólo el solsticio de invierno y la
semana que lo acompaña, sino la resaca de una segunda semana añadida. La normalidad aparecía a primera hora de los
relojes cuando los escolares rompían aquellas veladas para apurar despertador,
desayuno y encaminarse hacia el centro escolar.
La normalidad había
aparecido para otros más temprano. Eran
los afortunados padres de aquellos alumnos –afortunados no tan sólo por ellos,
sino por tener disfrute de un trabajo remunerado- quienes también se dirigían a
sus lugares de trabajo. Para otros, la
normalidad los devolverá a la funesta realidad diaria. Un ir y venir sin destinación. Una búsqueda de algún necesitado anuncio, de
un correveidile, de una anotación en algún tablón de anuncios.
Y los abuelos ya jubilados,
también volvieron a la normalidad. Una
normalidad marcada a contrarreloj por el
calendario escolar. Y algunos incluso
con la incertidumbre de alguna injusta inspección. ¿Les levantarán acta los inspectores de turno
por suplantar labores tipificadas en una categoría cualificada profesionalmente
y de la que por ella no cotizan? ¿Serán
denunciados por competencia desleal y suplantación de profesión?
La noticia aparecía
en un diario estatal, pero era de todos
harto sabida. Y más aún tras la
comparecencia, meses atrás, de los
antiguos responsables del Banco de España en sede parlamentaria. Esta vez, otros inspectores denunciaban la
presunta –siempre presunta- dejadez con que el Banco de España controlaba a los
bancos en y durante la crisis.
Y todos se
escandalizan y nadie encarcela a nadie.
Y es lógico. La
Justicia no arranca si no hay denuncia. Y en un Estado acusatorio, quien denuncia es
el fiscal, no el juez. Y punto.
Quienes parecen que
han ganado enteros en estas Navidades, han sido los reyes, los Magos y los que no.
Los primeros por haber tenido menos competencia del Papa Noel, y los
segundos, por sus apariciones en los medios.
No en Baqueira Beret ni en cacerías africanas sino por el simple hecho
de decir lo que los ciudadanos querían oír.
Y aquí la clave de su
permanencia.
Desde el sonado “tú
te callas” a la colocación de los puntos sobre las íes en el tema catalán, han
pasado muchos vientos desfavorables para la institución. La experiencia de
setenta y cinco años en el cuerpo y la
lealtad del aparato del Estado, intentan a marchas forzadas despejar incógnitas
y aprovechar los soplos favorables.
Y la vida normal es
esto. Seguir la rutina diaria, sin más
sobresaltos que los que nos pueda dar el despertador, y como no, algún que otro
suspiro entrecortado cada medio día de un viernes tras la rueda de prensa ya
habitual. Y es que el destino, al menos
el nuestro, lo escriben por capítulo semanal en la revista del BOE, y
aunque de tirada, poca, dice mucho y manda más. Y aunque no se lea, nos instruye. Y aunque no estemos de acuerdo, nos
obliga. Y además, no hay tertuliano
basura que le pueda.
Nuestro objetivo
ahora, en plena normalidad, son las ahora ya siempre rebajas, las fiestas de
carnaval y la de Semana Santa. O lo que
es lo mismo, el consumismo enfermizo, el desenfreno y la mentira, y la
reconciliación con nuestros adentros. El
ciclo, por mucha crisis que se hayan inventado unos y los demás otros, es
incapaz de romper el círculo. Y la vida
sigue. La cola del paro, las
estadísticas de ocupación, y las siempre presuntas noticias sobre corrupción,
también. La recuperación de los
mercados, de la niña y la prima de riesgo, tal vez. La incógnita, al fin.
Los mercados,
sencillamente. Los intereses, dirán
otros.
Y la vida
continúa. Como es normal.
P.D. Y la observación. Este año nadie se ha aventurado a pronosticar
buenos o malos augurios a los famosos.
¿Acaso no está nada claro el presunto catastrofismo de muchos imputados?
PUBLICADO EL 9 ENERO 2013, EN EL DIARIO MENORCA