Cuando la semana pasada Federico me envió un e-mail en el que me proponía diversas soluciones a los embates de hoy en día, a golpe de diccionario, me extrañó que no estuviera co-firmado por su siempre Mô. Una semana después, la siempre Mô no se ha hecho esperar.
Si Federico hizo uso del juego dialéctico con los términos diccionario-talonario, Mô no ha querido quedarse atrás. Su asunto titulado “atajando” … que no atacando, lo dice todo. No en vano, ambos son hijos de la ambigüedad política, o más aún, son progenitores de ésta. Desde que descubrieron que lo legal no tiene porqué ser justo, y viceversa, sino todo lo contrario, sus apariciones públicas siempre dejan el bagaje de la incomprensión, o cuando menos, de la ambigüedad.
Y en esta ambigüedad que estamos, no nuestra, sino de nuestros mandatarios, Mô pone en práctica un decálogo al puro estilo del no morir en el intento. Ante la perpetua falta de decisión o tino de nuestros gobernantes en solucionar los problemas societales, Mô pasa al plano particular y decide arreglar su propia crisis. Crisis económica, se entiende.
No me las quiso enumerar todas por aquello de futuras entregas, aunque si me hizo una pequeña entrega a modo de esbozo. Era consciente de que la mala gestión del Gobierno y de todo el entramado económico español nos había condenado a dos años más –como mínimo- de trabajos forzados. También se preveía una gran reducción de sueldos –que no de gastos-, lo que sin duda equivaldría a una condena diaria a un mayor número de horas trabajadas, a una cada vez más incipiente economía sumergida y a una mayor vulneración de los derechos laborales. Tenía también claro que contra esta cada vez más esclavitud del proletariado, no había armas con las que luchar. La solución no era fácil.
Tampoco difícil. O al menos, la primera batalla tenía su tinte romántico. El olvido, la negación, pueden ser buenos mecanismos de defensa. Su método era simple, no perder poder adquisitivo. ¿Y cómo hacerlo cuando los sueldos bajan y los precios suben?. La retórica propagandística actual nos habla del consumo responsable, de evitar gastos superfluos, de economizar gastos. Pero no, todo ello es un boomerang que acaba golpeando al propio trabajador. Cierres de comercios, subidas de precios y un vuelta a empezar.
La solución es más fácil: los planes de pensiones. Hace años, los ministros del ramo y los banqueros inventaron los llamados planes de pensiones. Luego de ello, los incautos nos dimos cuenta que no había finiquito hasta que uno alcanzara la edad de jubilación. Y ahora, estos mismos usuarios de collares de antaño, deciden ampliar la edad de jubilación, y por ende, el tiempo del rescate de los planes de pensiones. Y si nos condenan a dos años o más de trabajos forzados, nos obligan en cierta forma a mantener a estos banqueros durante dos años o más. Y aquí está la solución. O parte de ella.
No nos conviene declararnos objetores fiscales porque saldremos perdiendo. No nos conviene declararnos en huelga perpetua porque dejarán de entrar ingresos, pero ¿qué ocurrirá si nos plantamos en las imposiciones periódicas o extraordinarias a los planes de pensiones? ¿Qué ocurrirá si durante dos o tres años no hacemos aportación alguna a estos planes de pensiones? Al fin y al cabo, al llegar a la edad de jubilación –si es que aún existe la misma o no hemos fallecido en el intento- el capital habido en caja, será el que habíamos calculado cuando concertamos el plan. La única variación será que dispondremos de una cantidad en mano, mayor del que poseemos actualmente. ¡Ah, si, y las entidades bancarias, menos!.
Y con este haber en mano, con este beneficio inesperado gracias a la actuación del Gobierno y sus posibles socios en retrasarnos la jubilación, podremos seguir manteniendo el mismo poder adquisitivo. A su vez, este poder adquisitivo redundará en que muchos comercios no cierren las puertas y sus trabajadores no se encuentren de patitas en la calle. Menos paro, mayor ingreso a las cuentas del Estado. Y….
Y claro, un mayor ingreso en las cuestas del Estado, significa….
¡Un mayor despilfarro!.
Si Federico hizo uso del juego dialéctico con los términos diccionario-talonario, Mô no ha querido quedarse atrás. Su asunto titulado “atajando” … que no atacando, lo dice todo. No en vano, ambos son hijos de la ambigüedad política, o más aún, son progenitores de ésta. Desde que descubrieron que lo legal no tiene porqué ser justo, y viceversa, sino todo lo contrario, sus apariciones públicas siempre dejan el bagaje de la incomprensión, o cuando menos, de la ambigüedad.
Y en esta ambigüedad que estamos, no nuestra, sino de nuestros mandatarios, Mô pone en práctica un decálogo al puro estilo del no morir en el intento. Ante la perpetua falta de decisión o tino de nuestros gobernantes en solucionar los problemas societales, Mô pasa al plano particular y decide arreglar su propia crisis. Crisis económica, se entiende.
No me las quiso enumerar todas por aquello de futuras entregas, aunque si me hizo una pequeña entrega a modo de esbozo. Era consciente de que la mala gestión del Gobierno y de todo el entramado económico español nos había condenado a dos años más –como mínimo- de trabajos forzados. También se preveía una gran reducción de sueldos –que no de gastos-, lo que sin duda equivaldría a una condena diaria a un mayor número de horas trabajadas, a una cada vez más incipiente economía sumergida y a una mayor vulneración de los derechos laborales. Tenía también claro que contra esta cada vez más esclavitud del proletariado, no había armas con las que luchar. La solución no era fácil.
Tampoco difícil. O al menos, la primera batalla tenía su tinte romántico. El olvido, la negación, pueden ser buenos mecanismos de defensa. Su método era simple, no perder poder adquisitivo. ¿Y cómo hacerlo cuando los sueldos bajan y los precios suben?. La retórica propagandística actual nos habla del consumo responsable, de evitar gastos superfluos, de economizar gastos. Pero no, todo ello es un boomerang que acaba golpeando al propio trabajador. Cierres de comercios, subidas de precios y un vuelta a empezar.
La solución es más fácil: los planes de pensiones. Hace años, los ministros del ramo y los banqueros inventaron los llamados planes de pensiones. Luego de ello, los incautos nos dimos cuenta que no había finiquito hasta que uno alcanzara la edad de jubilación. Y ahora, estos mismos usuarios de collares de antaño, deciden ampliar la edad de jubilación, y por ende, el tiempo del rescate de los planes de pensiones. Y si nos condenan a dos años o más de trabajos forzados, nos obligan en cierta forma a mantener a estos banqueros durante dos años o más. Y aquí está la solución. O parte de ella.
No nos conviene declararnos objetores fiscales porque saldremos perdiendo. No nos conviene declararnos en huelga perpetua porque dejarán de entrar ingresos, pero ¿qué ocurrirá si nos plantamos en las imposiciones periódicas o extraordinarias a los planes de pensiones? ¿Qué ocurrirá si durante dos o tres años no hacemos aportación alguna a estos planes de pensiones? Al fin y al cabo, al llegar a la edad de jubilación –si es que aún existe la misma o no hemos fallecido en el intento- el capital habido en caja, será el que habíamos calculado cuando concertamos el plan. La única variación será que dispondremos de una cantidad en mano, mayor del que poseemos actualmente. ¡Ah, si, y las entidades bancarias, menos!.
Y con este haber en mano, con este beneficio inesperado gracias a la actuación del Gobierno y sus posibles socios en retrasarnos la jubilación, podremos seguir manteniendo el mismo poder adquisitivo. A su vez, este poder adquisitivo redundará en que muchos comercios no cierren las puertas y sus trabajadores no se encuentren de patitas en la calle. Menos paro, mayor ingreso a las cuentas del Estado. Y….
Y claro, un mayor ingreso en las cuestas del Estado, significa….
¡Un mayor despilfarro!.
PUBLICADO EL 28 NOVIEMBRE 2010, EN EL DIARIO MENORCA