¿NOS MORIMOS O NOS VIVIMOS?

Inevitablemente, como cada año, llega el mes de noviembre. Y como cada año, como cada mes de noviembre, nos referimos a nuestros seres queridos ya desaparecidos. Familiares, amigos, conocidos…, todos son recordados en estas fechas que el almanaque ha querido situar su “festividad” en estos primeros días del mes once.

Es difícil conjugar el término “festividad” en nuestras vidas, cuando en nuestro pensamiento albergan otro tipo de sentimientos. La fe, la esperanza, las creencias individuales y del colectivo, harán lo propio para que los pensamientos albergados sean atenuados y una luz aparezca como excusa y camino a esta festividad.

Al fin y al cabo, vivimos de necesidades. Y para las necesidades. O al menos, eso nos ha hecho creer el cotidiano devenir. ¿Qué hay después de la muerte?. Es una pregunta que junto a la también típica de cómo se formó el mundo, nos mantiene en la más mayúscula ignorancia. Ignorancia e intriga. Y en el egoísmo.

Egoísmo, si. A la muerte la tememos por lo desconocido que es. No tanto por el paso de nuestros antepasados y cercanos, sino por lo propio que nos espera a nosotros. Tenemos miedo a morir por el desconocimiento hacia un algo que nadie a ciencia cierta conoce ni cree. Las creencias y la fe están muy bien cara a la galería, a las buenas palabras e intenciones, pero sólo alcanza un tanto por ciento minúsculo cuando es el propio creyente quien se presenta ante la evidencia.

Y la Luz nos llama. Un túnel, una abducción hacia lo desconocido, es a lo máximo a lo que hemos llegado. El siguiente paso sigue siendo una incógnita. También es cierto que quienes hemos llegado a la Luz, al túnel, o como mínimo a una visión extracorpórea, a un rebobinado de nuestras vidas, lo recordamos como un momento de serenidad. Y el retorno, también.

Y si la incógnita sigue sin despejarse, no ocurre lo mismo con la esperanza en otro algo. Si la muerte, el traspaso a través de aquella luz, de aquel túnel, no tuviera continuidad, no tendría sentido aquella visión extracorpórea. Si aquella visión extracorpórea existe, existió en los casos vividos, es porque algo de nosotros, la parte viva, el alma, el espíritu, nuestro ser mismo, como quiera cada uno llamarlo, no muere.

No muere uno, sino que abandona el cuerpo, el disfraz terrestre, para en otra dimensión, nivel o como quiera cada uno llamarlo, seguir su vida, destino o camino. Tal vez seamos como la energía –somos energía y cuerpo, con sus partículas, partes minúsculas formando un todo- que ni se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma.

Tras la muerte, la desaparición, el traspaso o como quiera llamársele, algo de nosotros, todo de nosotros, sigue un camino, o se junta con otros caminantes, o se funde con otras energías, quien sabe. Una nueva incógnita abre nuevos quebraderos en los que dedicar tiempo y emociones.

Una realidad pero, es que tras la muerte, sigue la vida. Una vida distinta tal vez. O el retorno a la misma. Quien sabe.

Las religiones, las creencias, las sectas, todas intentan dar respuestas a nuestro miedo por lo desconocido. Las religiones, las creencias, las sectas, las antiguas civilizaciones, han buscado siempre la solución a la incógnita. Y todas coinciden en la necesidad de una continuidad.

De momento, lo único cierto, es el túnel, la luz, la sensación y visión extracorpórea. Y eso ya es mucho. Eso ya es el inicio –y el indicio- de un algo nuevo. Y es que algo existe, al menos, en el mismo instante anterior a la muerte. Y eso algo, no es un algo negativo, precisamente.

Y el primero de noviembre vendrá a ser la festividad para un nuevo amanecer, para un nuevo nacimiento en un lugar, forma o dimensión para nosotros aún desconocido, pero que ni muere ni nace, sino que sólo se reviste, se transforma en su mismo ser, en su misma alma, o como quiera uno llamarle.
PUBLICADO en el número del mes de NOVIEMBRE de 2010, en EL BULLETÍ DEL CENTRE DE PERSONES MAJORS. Area de Acció Social. Consell Insular de Menorca